miércoles, 20 de abril de 2016

La Fantástica Cartagena.

Debo confesar que hasta hace algunos meses no me consideraba una fan de Gabriel García Márquez, había leído sólo una de sus obras, Cien años de soledad, a una edad en que ciertas grandezas no me interesaban, quizá porque en la adolescencia uno tiene intereses más inmediatos, quizá porque era literatura “obligada” en mi último año de bachillerato, aunque para mí la literatura nunca ha resultado una obligación.

¿Por qué hablar de Gabriel García Márquez cuándo en realidad estoy escribiendo de Cartagena? Porque la cultura de Cartagena se refleja en sus libros, porque gran parte de las maravillas de viajar es sumergirse en otra cultura, porque la cultura es la gente y la gente es lo que realmente hace un país, una ciudad, un lugar.

Cuando en Enero salió una promoción para diferentes ciudades de Colombia, no dude en que la que más me interesaba visitar era Cartagena, es que algunos lugares claman por nuestra alma sin que ni siquiera nos demos cuenta, nos llaman. Una vez comprado el boleto y como toda ávida lectora, mi siguiente paso fue tomar la decisión de qué libros iba a leer durante y para el viaje, tengo la manía de investigar siempre el lugar de mi destino. No tarde mucho para tomar la decisión de que los libros serían dos: Del amor y otros demonios y El amor en tiempos de cólera, ambos del gran Gabo, como es conocido con cariño entre sus admiradores a los que ahora tengo el orgullo de pertenecer; ambos también pertenecientes al género del Realismo mágico, un género con el que habíamos tenido ciertas diferencias de opinión, pero decidí hacer de lado mis impresiones anteriores y tener la mente abierta, una decisión de la que no me he arrepentido ni un segundo.

Mi viaje a Cartagena empezó mucho antes de subirme al avión, empezó entre páginas de internet, investigando su historia, buscando hospedaje; empezó en lo que contaba los días para que llegara y empezó en las páginas Del amor y otros demonios, en las paredes del convento de Santa Clara, que ahora es un lujoso hotel de cinco estrellas. Es que Cartagena fue un destino distinto desde el principio, llegando a las últimas semanas para emprender el viaje, ya me sentía una fan declarada de la literatura de García Márquez, ya me sentía entre las calles de Cartagena y había empezado el segundo libro que había escogido: El amor en tiempos de cólera, un libro que me llevaría a ver la Cartagena desde los ojos del autor que se inspiro en ella.

Se llegó el día del viaje, un jueves por la noche en el que hicimos escala en Medellín, llegamos como a la medianoche, listas para el calor de Cartagena pero para nada preparadas para el frío que hacía en Medellín. La noche se nos hizo larga, nuestro vuelo no salía hasta el día siguiente alrededor de las ocho de la mañana, pero pronto descubriríamos que como todo lo bueno, Cartagena bien valía la espera.

Hostal Santa Cruz,
Centro Histórico de Cartagena de Indias,
Colombia.
Salir del avión en Cartagena, significó recibir una bofetada de calor, gracias a Booking.com y google maps (mis herramientas favoritas), había logrado encontrar un hostal suficientemente económico, seguro y con buena ubicación (alrededor de USD$15.00 por noche y un buen desayuno incluido). El hostal Santa Cruz se encuentra en la Calle de La Moneda, tiene el característico balcón floral de las Calles de Cartagena y se encuentra rodeado de comercios que en la noche se encuentran cerrados, por lo que no hay ruido que te moleste para dormir. Para mi agradable sorpresa, está ubicado aproximadamente a dos cuadras de la Librería Nacional, de un Supermercado y de un Juan Valdés, mi combustible necesario para arrancar cada mañana. Como beneficio adicional está a cinco cuadras de la Torre del Reloj, donde en la noche no necesariamente se duerme, por lo que tienes vida nocturna bastante cerca por si ese es tu plan, pero si una noche quieres descansar, lo puedes hacer sin problema.


Cuando entramos a la Calle de la Moneda a las diez de la mañana, a diferencia de lo que yo esperaba, había mucho tráfico, mucho ruido, mucha gente. No sé que imaginaba, quizás me había quedado en la época de las novelas que leí, pero esperaba calma, lentitud. Cartagena es una ciudad viva, llena de color, de personas y personajes. Caminar por las calles de Cartagena es vivir un cuento. Es vivir en otro tiempo, pero sin perder de vista a lo lejos lo moderno, es como estar en un libro y abstraerte un momento de la realidad, pero consciente de que ésta existe.


Torre del Reloj,
Centro Histórico de Cartagena de Indias,
Colombia.
Parroquia de San Pedro Claver,
Centro Histórico de Cartagena de Indias,
Colombia.
Llegamos a bañarnos al hostal, en adelante lo íbamos a hacer tres veces al día, porque si hay algo que no varía en Cartagena es el calor que posee toda ciudad costera. Lo primero que hicimos al salir del hostal fue dirigirnos a la Torre del Reloj a cambiar moneda, encontramos el cambio a 3,000 pesos colombianos por el dólar. Después decidimos caminar sin un rumbo específico, entrando en las tiendas que nos llamaban la atención, conociendo lo que estuviera en nuestro camino; así encontramos la Parroquia de San Pedro Claver, frente a la que se reúnen las palomas, como si quisieran inspirar una de las historias de realismo mágico.

De caminar y caminar nos fue dando hambre y aún más calor, no sabíamos que había de típico en Cartagena más allá de las famosas Arepas, así que decidimos buscar un lugar de Sushi que habíamos visto recomendado en internet, pero lo encontramos cerrado, un inconveniente que se convirtió en una ventaja, pues por querer refugiarnos del calor, terminamos entrando a un restaurante que se llama Oh la la, un lugar que por precios muy cómodos, mezcla los sabores típicos de Cartagena con la comida francesa, ahí comimos un “Mote de queso”, que como nos explicaron muy atentamente se hace de la raíz denominada ñame y el sabor lo podría comparar al pan con ajo, pero es una sopa, por extraño que suene, el sabor es delicioso. Pedimos además un ceviche que lo mezclan con mantequilla de maní y una cazuela de mariscos, todo acompañado de cerveza. Salimos encantadas de la comida y de la atención.


Ciudad Amurallada,
Cartagena de Indias, Colombia.
Al terminar de comer seguimos caminando un poco y después de conocer algunas tiendas más, llegamos a la Muralla, para describir lo que sientes ahí no puedo más que robarme unas palabras de García Márquez Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. No sólo es que uno se siente renacido, es que siente a todas las personas que han estado ahí paradas, que estarán ahí paradas alguna vez viviendo de prestado por unos momentos en el pasado, mientras el presente te ve de frente.
Ciudad Amurallada, Cartagena de Indias, Colombia.


Café del Mar, Ciudad Amurallada,
Cartagena de Indias, Colombia.
Después de esa impresión, decidimos pasar el resto de la tarde ahí, ver el atardecer desde la muralla, por lo que nos dirigimos al Café del Mar, uno de los lugares más caros en comparación al resto que encontramos en Cartagena (no omito comentar que Cartagena es increíblemente barato), pero que compensa sus precios con el ambiente y la vista.

Después de regresar a cambiarnos al hostal, salimos a cenar a Plaza Santo Domingo, donde nos quedamos asombradas por la manera en que los colombianos bailan (Shakira who?) y por el refrescante sabor de la limonada con coco, por la noche cierran las calles, para que puedas andar en bicicleta y en carruajes, estaban llenas de vida, como si no hubiera distinción entre el día y la noche, cenamos en la plaza y nos fuimos a dormir temprano.
Plaza Santo Domingo, Centro Histórico de Cartagena de Indias, Colombia.


Café Juan Valdez,
Centro Histórico de Cartagena de Indias,
Colombia.
Plaza del Estudiante,
Centro Histórico,
Cartagena de Indias,
Colombia.
El día siguiente inició con desayuno en el hostal, queríamos conocer los alrededores de la muralla, por lo que luego de tomar nuestro café en Juan Valdés, que aún estábamos pendientes de visitar,  nos fuimos a recorrer las afueras de la ciudad amurallada. Nos dirigimos a conocer el Monumento a la India Catalina, quien fue raptada de su pueblo a sus 14 años por el conquistador español Diego de Nicuesa y regresaría según dicen a sus 30 años como amante y traductora de Pedro de Heredia, otro conquistador español y fundador de la ciudad de Cartagena de Indias, logrando de esta manera, la paz entre los españoles y diferentes tribus indígenas. A raíz de su misión de traductora se reencontraría con sus familiares y finalmente se casaría con el sobrino de Pedro de Heredia, Alonso Montáñez, quien se la llevaría de regreso a España y nunca se volvería a saber de ella.

Visitamos también la Casa Museo de Rafael Núñez, quien fue presidente de Colombia en cuatro períodos distintos además de escritor, abogado y periodista, entre sus logros se encuentran el crear el Banco Nacional, escribir el Himno Nacional de Colombia, terminar el régimen federal de la Constitución colombiana y fue conocido también por su lucha por la separación entre Iglesia y Estado, entre otros. 
Casa Museo Rafael Núñez, Cartagena de Indias, Colombia.

Museo de las Fortificaciones, Ciudad Amurallada,
 Cartagena de Indias, Colombia.

Al regresar, pasamos conociendo más de la muralla que no habíamos podido recorrer el día anterior, así llegamos al Museo de las Fortificaciones que se encuentra dentro de ella. Entre túneles y pasadizos te cuenta la historia de cómo la muralla fue construida por los españoles para defenderlos de los piratas, los ingleses y los franceses, para salvaguardar lo que en mi opinión, nunca fue suyo sino más bien de los indígenas.



Restaurante La Mulata, Centro Histórico
 de Cartagena de Indias,
Colombia.

Pasamos a almorzar a un restaurante que unos colombianos nos habían recomendado en la fila del súper (es que ser latino implica hacer amigos en la espera). La Mulata, que así se llamaba el lugar, sirve comida típica colombiana, ahí probamos por primera vez el arroz de coco, los patacones (plátano tostado) como acompañamientos y todo a un precio muy bajo (las comidas están alrededor de los 21,000 pesos, que equivale aproximadamente a USD$7.00).




Regresamos a descansar unos momentos al hostal, pues por la noche queríamos salir a conocer el mercado de artesanías y la vida nocturna. Salimos nuevamente por la tarde y nos dirigimos al mercado de artesanías, donde nos lo hubiéramos querido llevar todo (tengo que hacer alusión a las maletas milagrosas que lograron traer todo sin problema), no sólo todo es barato, si no también todo es bonito. En el mercado de artesanías se encuentra lo que sea que busques, desde cuadros, accesorios, camisetas, adornos, pulseras, comida, entre otros. Nos tuvimos que ir pues habíamos decidido tomar el tour de la Chiva (una especie del Conga Bus salvadoreño), pero con la promesa de que regresaríamos días después al retornar de las islas para las que partíamos al día siguiente.

Fuimos a tomar la chiva y si hay un tour que puedo recomendar es ese, no sólo es que uno sale con más amigos de los que lleva, si no que es divertidísimo. El tour lo contratamos por USD$10.00 en la Torre del Reloj esa misma noche, parte alrededor de las siete y es un recorrido por las calles de Cartagena con una persona que anima al ritmo del vallenato, dentro del bus reparten una botella de agua ardiente por fila y te llevan a la muralla donde la música sigue animando y de espectáculo de fondo tienes fuegos artificiales, finalmente te dejan en una discoteca con la opción de regresar a cierta hora con la chiva o de quedarte hasta que tú lo prefieras. Para el momento en que nos bajamos en la muralla, ya éramos un grupo mayor del que esperaba, entre chilenas, ecuatorianas, estadounidenses, nicaragüenses y salvadoreñas, hicimos amistades y pasamos una de las noches más divertidas de todo el viaje.

Isla Barú, Cartagena de Indias, Colombia.
Al día siguiente partíamos para Isla Barú, donde pasaríamos dos noches y tres días. El viaje de ida lo hicimos en lancha, aunque el hotel en que nos hospedamos era muy bonito y tenía la ventaja de incluirnos las comidas y los traslados a la Isla, no lo recomendaría por la falta de atención, por lo que omitiré el nombre y continuaré con el relato. Isla Barú es una de las famosas Islas del Rosario, con el agua color turquesa, llegamos a la Isla a las diez de la mañana y pasamos el primer día en el hotel a la orilla de la playa. Esa misma tarde conocimos a Don Oligario, quien junto a Don Nelson nos llevarían al día siguiente a Playa Blanca y Agua Azul, ambos eran pescadores del lugar y los conocimos de casualidad, pero acordaron en hacernos un tour muy amablemente.

Playa Blanca, Cartagena de Indias, Colombia.
Playa Azul, Cartagena de Indias, Colombia.
Nos fuimos con Don Oligario y llegamos a Playa Blanca, es una playa muy linda y de mucha actividad y no sé cómo será normalmente, pero en período de Semana Santa, para mi gusto, estaba excesivamente llena. Estuvimos toda la mañana y a las dos de la tarde regresaron por nosotras, el viaje de vuelta fue una aventura que no volvería a repetir aunque me pagaran, viajar en una lancha pequeña en mar abierto contra marea no se lo recomiendo a nadie, después del tercer rosario ya no encontraba la manera de ignorar el hecho de que si no me moría ahogada porque diera vuelta la lancha, lo que me iba a matar era el miedo. Para el alivio de todas llegamos con vida a Playa Azul, un poco ya más relajadas y gracias a la atención de Don Oligario que nos había puesto una mesa bajo un árbol, comimos frente al mar langosta y camarones; si no fue la mejor comida del viaje, entra en el top 5 definitivamente. 

Acuario Islas del Rosario,
Cartagena de Indias,
Colombia.
Regresamos a nuestro hotel y nos fuimos a dormir después de tomarnos una mimosa en el bar, a parte del susto, la insolación nos tenía agotadas. Al día siguiente regresábamos a Cartagena, pero antes de irnos, tomamos un tour de parte del hotel al Acuario de las Islas del Rosario y a Playa Arenas, este tour tuvimos la agradable sorpresa de hacerlo con una de las chilenas que habíamos conocido en la chiva. El tour tuvo un costo aproximado de USD$20.00 por persona, la entrada al acuario tiene un costo de 25,000 pesos, es decir, unos USD$8.00. Nunca había ido a un Acuario y aunque no me dejo ninguna mala impresión en como trataron a los animales, si me fui con la firme convicción de que ningún animal debería vivir ni nacer en cautiverio y menos cuando sus vidas son tan cortas. Finalmente llegamos a Playa Arenas, si hay un paraíso en la tierra, aunque aún me falta mucho por ver, creo que se le acerca bastante. Playa Arenas es un deleite sólo de mirarlo, ni se diga sentarse en la arena con los pies en el agua, el tiempo que estuvimos fue muy corto pero no por eso menos inolvidable.
Playa Arenas, Cartagena de Indias, Colombia.

El regreso a Cartagena también lo hicimos en lancha, el viaje muy movido, pero menos extremo que la lancha anterior, recomendación: ocupar ropa que no te importe mojar y no llevar nada en las manos, en la lancha hay un maletero donde se pueden guardar ciertas cosas. Las Islas fueron un sueño y un respiro, pero estábamos ansiosas por llegar a la ciudad.

Moverse por Cartagena es muy fácil, si no lo haces caminando, puedes tomar taxis y los precios son bastante económicos (12,000 pesos hasta el aeropuerto, el punto más lejano, esto son USD$4.00 aproximadamente), tienes la opción de andar en bicicleta también, pero para regresar al hostal (el mismo en el que habíamos estado), decidimos irnos en taxi pues llevábamos el equipaje.
El día que salimos en el tour de la Chiva vimos un restaurante fuera de la ciudad amurallada que nos había llamado la atención por sus vitrales de colores y decoración, una pizzería denominada La Diva, fuimos primero al Mercado de Artesanías en la Torre del Reloj a continuar con las compras que habíamos dejado pendientes y después salimos a buscar el restaurante, nos perdimos un poco, pero muy amablemente nos indicaron en la calle que había otro de esos restaurantes dentro de la muralla, por lo que nos regresamos y comimos ahí. La entrada fue un Carpaccio de Salmón, recomiendo especialmente que si van lo pidan, es exquisito, al igual que las pizzas, pedimos dos especialidades y las dos nos parecieron deliciosas, ni que decir de la sangría blanca y la limonada de coco (que desde la primera vez que la probamos la pedíamos donde íbamos). Terminamos la noche nuevamente en Café del Mar, en el que estaban mezclando música en vivo y la fuerte brisa del mar aliviaba un poco el calor.

Nuestro último día nos levantamos muy temprano para ir a visitar el Castillo San Felipe de Barajas, este está situado en un cerro que se llama San Lázaro, y está incluido junto con la ciudad de Cartagena de Indias y sus fortificaciones, dentro de la lista de la Unesco de Patrimonio de la Humanidad, fue una de las construcciones que sufrió varios ataques por parte de los españoles y franceses y además es considerado una de las siete maravillas de Colombia. La vista desde el Castillo es impresionante y tuvimos la ventaja de tenerlo sólo para nosotras, puesto que contrario a lo que creímos, los ciudadanos de Cartagena no se levantan tan temprano, a las ocho las calles están vacías, a las nueve se empieza a ver un poco de vida, a las diez ya se puede ver el movimiento que la caracteriza. 
Castillo San Felipe de Barajas, Cartagena de Indias, Colombia.

Al regresar del Castillo pude despedirme de mis lugares favoritos, pasamos a Juan Valdés a tomar el respectivo café de la mañana y luego a la Librería Nacional, donde la atención impresiona, encontré varios libros que tenía tiempos de buscar, por lo que su variedad también me impresionó, finalmente hicimos unas últimas compras y nos regresamos al hostal donde llamamos al taxi para que nos llevará al aeropuerto para terminar un viaje que con gusto hubiéramos alargado más.

Hay viajes que son aventura, que son extremos y son mucha fiesta, Cartagena tuvo un poco de todo, pero más que aventura Cartagena fue un respiro, fue un detenimiento a contemplar. Lo más parecido con lo que puedo compararlo es como decía anteriormente leer un libro, como te pierdes en sus páginas, te vuelves parte de las escenas, de los personajes, pero recordando que hay un mundo diferente alrededor tuyo, quizá un poco menos mágico, por lo que regresas al libro para empaparte de imaginación. Gracias a Cartagena, ahora entiendo un poco más del realismo mágico y lo inspiradora que es esta ciudad, es un lugar al que regresaría definitivamente, a respirar un poco de esa magia.

*Las fotos del viaje fueron tomadas por Claudia Dinarte.






domingo, 10 de abril de 2016

Crónicas Incas.

Por esos últimos ocho días me prometí una sola cosa: me convertiría en una cámara. Quería abarcarlo todo, olores, sabores, sonidos, cualquier aspecto sensible, un viaje así no se olvida. Mi primer preocupación fue, como es de esperar, el presupuesto. Me seguía repitiendo que no era el momento financiero oportuno, solemos cometer ese error una y otra vez, frenar los impulsos que nos enriquecen e irónicamente permitir los que no.

Lo primero que te voy a decir es que para salir de nuestra zona de confort lo más difícil es el primer paso, los demás son una sucesión. Venía hablando con mis amigas de viajar de un rato para acá. Nuestros horarios de trabajo no son iguales, unas tenemos vacaciones completas y otras en períodos… de acuerdo, esto depende del régimen laboral. Coordinar esto no fue fácil. Se había hablado de diferentes destinos, pero a veces las oportunidades se presentan con nombre y apellido apuntándote con el dedo.

En Julio pasado una aerolínea sacó una muy buena oferta para Perú, nos tomó enviar una foto con la oferta para lograr lo que por años no habíamos podido: ponernos de acuerdo en el lugar. Lo que no sabíamos es que escoger el lugar sólo era el inicio de una aventura llena de emociones.

No sabía mucho de Perú, la verdad, había escuchado por supuesto de Machu Pichu y la gastronomía, pero más allá de esto nada. Lo digo con pena, en esta época uno no se puede permitir la ignorancia. Tuvimos la ventaja que varios amigos ya habían viajado y como la experiencia es el mejor maestro, nosotras estuvimos dispuestas a ser alumnas.
¿Qué necesitas para ir a Perú? Pues tu boleto, la visa peruana, la inyección contra la fiebre amarilla y las ganas, más nada. Lo que tienes que tener claro es qué quieres hacer, hay tanto que ver que algo vas a tener que sacrificar o no disfrutas nada. Como en los preparativos nos involucramos cuatro mentes distintas, los destinos no estuvieron lejos de esta realidad, todo muy diferente. Unas queríamos un poco de desierto, calor y paisaje, otras querían ver ciudad e historia, pero todas estuvimos de acuerdo en que Machu Pichu no se nos quedaba. Así  empezó todo, con el dibujo de un mapa en una cena, platicado.
Empezamos las llamadas y los jalones de orejas: “¿Ya pediste permiso en el trabajo? Se nos va a ir el tiempo” “Niñas la vacuna contra la fiebre sólo la ponen los días lunes, miércoles y viernes en la Ciudad Barrios y si no estás ahí a las cuatro de la mañana no alcanzas cupo”, “Tenemos que reservar los hoteles para poder ir a sacar la visa” “Bueno y entonces vamos a pagar tour o lo vamos a armar nosotras”. Al final nos decidimos por armarlo, sale más económico y es parte de la experiencia.
Así que nos sentamos un día, empezando en un café cada una con sus computadoras y terminamos hasta la madrugada en una casa, con la ayuda de Google Maps, Booking.com y el ingenio estás hecho. Los aspectos que tienes que tomar en cuenta para hospedarte son varios, nosotras nos enfocamos en los siguientes: seguridad, cercanía de los lugares a visitar, comodidad (baño privado) y presupuesto, en este caso nosotras dispusimos lo máximo veinticinco dólares por noche; tomando en cuenta que habría noches que dormiríamos en los transportes, estos veinticinco dólares podrían recortarse o ampliarse según el tiempo que nos hospedáramos.
En dos días reservamos los hoteles, pagamos los transportes y nos escribimos con las agencias turistas de Perú para que nos personalizaran el tour, entre regateo y regateo logramos ajustarnos a lo que queríamos sin perdernos ninguno de los destinos escogidos.
Al filo de los diez días que te dan para ponerte la vacuna antes del viaje, nos veías haciendo cola una madrugada para salir corriendo al trabajo de regreso; y luego, la preocupación de sacar la visa, ni te molestes en hablar por teléfono, no te informan nada. En la página de la Embajada de Perú encuentras todo lo que hay que llevar y te dicen cuando pases por ella, en mi caso fue al día siguiente, pero esto varía, unos dos, tres días para que te devuelvan tu pasaporte. Y pues nos fuimos…
HUACA PUCLLANA
Salimos de El Salvador en el avión de las siete de la mañana, haciendo escala en Tocumen, Panamá y llegando a Lima aproximadamente a las tres de la tarde: el clima fresco, el cielo nublado; es que ahí siempre está nublado. Llegamos a nuestro hotel que estaba ubicado en Miraflores, ya tenían nuestra reserva de Booking.com y sólo pagamos para que muy amablemente la gente del hotel nos pasara a nuestra habitación . Nos íbamos a encontrar con un amigo que casualmente estaba trabajando en Lima por ese día, habíamos quedado de encontrarnos en el Parque Kennedy pues ahí se encuentran las Casas de cambio de dólares a Nuevo Sol Peruano que es la moneda que utilizan  allá. Decidimos irnos caminando porque creíamos que el parque estaba cerca y pues, no tanto. Al final la caminata resulto buena, porque tuvimos nuestro primer encuentro con el gran patrimonio cultural del país y todo esto de sorpresa y sin planearlo… “Disculpe Señor, ¿Para llegar al parque Kennedy?” y nos indicaban que rodeáramos “La Huaca”, pues resulta que de preguntar y preguntar vamos descubriendo que “La Huaca” es nada menos que “Huaca Pucllana”, un sitio arqueológico considerado uno de los principales atractivos turísticos de la Lima Metropolitana, como ya era tarde no pudimos entrar a verla, pero lo que pudimos ver desde fuera ya nos había impresionado, después de la respectiva “selfie” y caminar un poco más llegamos al Parque Kennedy y nos encontramos con nuestro amigo que nos llevo caminando a una Casa de Cambio frente a un McDonald’s, lo encontramos en tres punto dólares con dieciocho centavos de dólar equivalentes a diez soles peruanos.
Miraflores
Mientras caminábamos por las calles de Miraflores, entre una gran cantidad de gatos, empezábamos a sentir el frío y a ver desde arquitectura colonial en iglesias y catedrales, hasta un edificio de comercio cualquiera y posteriormente a extrañarnos de cómo se parqueaba la gente, pues las cocheras son más anchas, pero mucho menos largas que aquí en El Salvador. La arquitectura de las casas es diferente, muy simple, todo muy plano y básico. Lo que más me admiró de Lima es que cada cuadra o menos encontrabas una librería y para nada que pequeñas, todas muy completas y la gente bien entendida cuando les preguntabas por un libro en específico.

El frío que habíamos empezado a sentir se fue poniendo más fuertecito y nos fuimos para Larcomar, un centro comercial a orilla de la playa. Ahí decidimos ir a “La Lucha Sangucheria Criolla”, por la recomendación de un amigo y quedamos encantadas, pedimos sólo un plato de sanguiches mixto porque queríamos que fuera una entradita antes de ir a cenar. Todo lo acompañamos con una chicha morada; a parte que el sabor de la comida es deliciosa, te ponen diferentes salsas para acompañar los sanguiches, salsa de aceitunas moradas, ají y mayonesa. Personalmente me enamoré de la mayonesa, el sabor es distinto y va con todo, a partir de ese momento le ponía mayonesa a todo lo que pudiera y de paso ya el último día me fui al supermercado a comprarme un poco para el regreso.

Regresamos al hotel a abrigarnos y arreglarnos para ir a cenar, cenamos en “Edo Sushi Bar” y no me pregunten qué pedimos porque lo único que recuerdo es el roll “Acevichado”, me acaparó todo el paladar, está recomendación nos la dio acertadamente el mesero que nos atendió en el lugar, acompañamos la cena de cusqueñas que es una cerveza que tiene un sabor consistente pero un poco más dulce que las de por acá. Por la noche nos fuimos para Avalon, un Resto-Bar que todos los viernes tiene en su segundo piso un ambiente muy noventero que nos puso a bailar y dónde probamos el Pisco Sour, sabe parecido a una margarita, pero estaba muy fuerte para mi gusto. Terminamos la noche en Gotica, que está un poco más moderno y se ubica también en Larcomar.
Para moverte recomiendo la aplicación Easy Taxi o llamar al taxi desde el hotel. En Larcomar tienes la ventaja que hay un punto de taxis por el que te lo piden para regresar a tu hotel. Al día siguiente teníamos que estar a las nueve de la mañana en la estación de buses de Cruz del Sur para dirigirnos a Ica, dónde viviríamos en mi opinión uno de los momentos más inolvidables de todo el viaje.
Ica es paradisíaco, desde que llegamos sentimos el cambio, hacía calor en el lugar y la gente tiene un trato cálido que nos encantó. Tomamos un tour que nos llevaba el primer día a tres bodegas de vino, nos subiríamos a los “Tubulares” para ir a hacer Sandboarding al desierto de Las Dunas y finalmente al city tour que incluía una visita a la Plaza de Armas y la mística ciudad de “Cachiche”.
Las personas del tour nos esperaban en la estación para trasladarnos. Ya habíamos notado la calidad de gente que son los iqueños, siempre atentos, siempre alegres, aquí la confirmamos. Lastimosamente el bus de Cruz del Sur arribó tarde. Esto debe tomarse en cuenta, pues los buses solían retrasarse a la hora de salida, debido a esto sólo pudimos ir a una bodega de vino y tuvimos que recortar el city tour.
Llegamos a la bodega de Tacama, el lugar es inmenso, en colores rosa vieja y con una historia muy interesante, pues solía ser un monasterio, como llegamos tarde, la gente ya había salido de trabajar pero pudimos subir al campanario y en el ascenso fuimos leyendo en las baldosas diferentes frases famosas de conocidos personajes. Terminamos con una cata de pisco y vino, el cual tiene un sabor muy dulce y agradable, todo acompañado de unos “piqueos” como ellos llaman a las “bocas” salvadoreñas. Pedimos una causa con palta que consiste en puré de papa con aguacate en una peculiar presentación, agregado a esto un plato con yuca, tamal y los famosos anticuchos, que son corazón de res y todo muy rico.

Bodega de Tacama. Ica, Perú.



Las Dunas
Al salir de la bodega nos dirigimos a Las Dunas para poder hacer el sandboarding antes de que se escondiera la luz solar. Después de viajar en los tubulares, que son los carros con los que te transportan en el desierto y que te inician en la adrenalina por lo movido del viaje, llegamos al primer cerro de arena, creyendo que era el más alto, para que nos informaran que ese era el pequeño. La experiencia es única y te aseguro que divertida, ésta es una actividad que si vas a Ica no podes dejar de hacer.


HUACACHINA
Rosa, la persona que nos dio el tour nos recomendó que por la noche fuéramos a una discoteca que se llama “Arenas”, es la mejor del lugar y hay bastante ambiente. El día siguiente nos levantamos con muchas ganas pero dificultad por lo temprano, a las seis de la mañana pasarían por nosotras para nuestro tour full day de Paracas e Islas Ballestas. No puedo ni siquiera describir los paisajes que se ven en este recorrido, lo tiene todo. Playa, desierto, leones marinos, pingüinos, arena roja, etc. Eso sí, hace mucho frío así que tienes que ir bastante abrigado. Al finalizar el tour cerramos Ica viendo el atardecer sobre la laguna sentados en el desierto.
Isla Ballestas
Isla Ballestas
Isla Ballestas
Isla Ballestas
Esa misma noche tomamos un bus de regreso a Lima, para poder al día siguiente tomar un avión para Cusco a primera hora la mañana, este avión ya lo habíamos pagado desde El Salvador con una de las aerolíneas internas de Perú que te ofrecen precios variados y cómodos, sólo tienes que estar pendiente de las ofertas que salgan en la página y aprovecharlas. El único problema que enfrentamos en este caso fue que nos cambiaron el vuelo y por lo tanto, menos tiempo para conocer Cusco.
Basílica de la Virgen de la Asunción. Cusco, Perú.
Si Lima era la ciudad de los gatos, Cusco la era de los perros, hay por todos lados, unos incluso nos escoltaron hasta el hotel una noche buscando resguardarse del frío. Llegamos ya al final de la tarde, caminamos un poco por la Plaza de Armas, la arquitectura siempre muy colonial y está también el Mercado en el que podes encontrar bastantes recuerdos que si regateas, los adquirís a buen precio. La comida fue la más deliciosa de todo el viaje, aunque toda la gente dirá que es en Lima, para nosotras fue en Cusco, en un restaurante llamado Uchu donde te sirven carne de Alpaca en piedras calientes. La carne se termina de cocinar en la mesa por lo que tiene un sabor muy jugoso y particular, como siempre acompañado de las diferentes salsas que te ofrece el restaurante y la excelente atención, la gente nos seguía convenciendo de que en Perú la amabilidad es un ingrediente más que ponerle a todo.

Valle Sagrado. Cusco, Perú.
Al día siguiente salimos para Valle Sagrado, aquí conocimos una pareja de colombianos que nos acompañó durante el tour y con los que reímos de cada ocurrencia, al lado del guía Renzo y nuestro motorista Hugo. Aunque en Cusco es bastante frío, el escalar y caminar te mantienen con calor, por lo que no es recomendable ir con abrigo para estos recorridos, pues te van a estorbar. Valle Sagrado tiene una riqueza cultural enorme, desde qué tipo de vivienda o habitación había dependiendo del tamaño y la forma en que están las piedras colocadas hasta como encontraban la manera de reflejar sus creencias religiosas en cada una de las cosas que hacían. Mi lugar favorito fue Ollantaytambo, te quita el aliento, algunos te van a decir que es el mal de altura pero para mí que fue la impresión, las montañas se encuentran conectadas entre sí, tanto que si aplaudes de un lado de la montaña, lo puedes oír del otro lado, te abarca una sensación de inmensidad desde que entras.
Ollantaytambo. Cusco, Perú.

Ese mismo día tomamos el tren para Aguas Calientes que es el pueblo donde se encuentra Machu Pichu y donde tomaríamos un bus al día siguiente para llegar a tan esperado destino.

Machu Pichu, Aguas Calientes. Cusco, Perú.

Montaña Machu Pichu, Aguas Calientes. Cusco, Perú.
Nosotras tomamos un tour que incluía el camino del Inca, es decir, Machu Pichu montaña, aunque no cambiaría la experiencia por nada, si quieres disfrutar mejor Machu Pichu no lo recomendaría, es cansado y al final del recorrido te sentís exhausto, eso sí, valoras mucho más lo que hacían los Incas para bajar piedras de la montaña y construir ahí mientras te preguntas cómo una persona normal puede haber hecho eso. Machu Pichu es todo lo que podes esperar y más, es una ciudad hermosa y tan vibrante, te dice una historia sin necesidad de que nadie te vaya narrando nada, cada detalle tiene algo que contar, cada piedra, hay incluso una piedra que parecía no tener sentido de estar, pero nos explicaba el guía que los investigadores descubrían que les servía de brújula y nos lo comprobó enseñándonos con una brújula real cómo apuntaba para cada rumbo.

Ciudad Sagrada de Machu Pichu, Aguas Calientes. Cusco, Perú.
Lo que sí tienes que  llevar sin falta a Machu Pichu es mucho repelente de mosquitos, pues estos se dan un festín con cada turista, bloqueador solar tampoco debe faltar y agua para la caminada.
Tomamos el tren de regreso para Cusco ese mismo día por la tarde, no sin la respectiva corrida por el andén estilo película de Hollywood, nos habíamos atrasado comiendo. Nos quedamos ahí para al día siguiente ir a la estación de Cruz del Sur a tomar el bus que nos llevaría al inclemente frío de Puno y a la maravilla que es el Lago Titicaca.
Centro Histórico de Puno, Perú.


En Puno podes encontrar bailes típicos en casi todos lados, en la Plaza de Armas, en los restaurantes, etc. La Catedral es impresionante, tanto por fuera como por dentro, pero como el día que llegamos tenían fiesta al día siguiente por un paro de la Universidad local que se encontraba de aniversario, decidimos quedarnos en el hotel pues el pueblo se había puesto un poco peligroso. Al día siguiente salimos para el tour del Lago Titicaca, primero nos bajamos en las Islas de Uros, estás Islas son más de noventa, todas artificiales, los habitantes las construyen a partir de la raíz de una planta que se llama Totora y que es comestible, nos la dieron a probar y tiene un sabor muy peculiar, parecido a una jícama pero un poco más simple. La Isla la anclan y luego van haciendo capas con la planta de Totora como tal, duran aproximadamente veinticinco años y tienen que estar renovando las capas cada tres meses; las Islas funcionan con paneles solares y bajo el sistema del trueque y de la venta del bordado en el pueblo, viven un estimado de tres familias bien compuestas, cada una con un sistema político definido, un presidente cada año que es elegido por votación. Hablan español y el aimara. Los lugareños nos despidieron con cantos y con un gracioso “Hasta la vista baby”.

Isla de Uros, Lago Titicaca. Puno, Perú.
Isla de Uros, Puno, Perú.
Isla de Uros, Lago Titicaca.  Puno, Perú.
Terminamos el tour en la Isla de Taquile, que tiene variadas construcciones de piedra y donde su actividad principal es el bordado, la Isla de Taquile tiene su propia plaza en la que hay incluso restaurantes e iglesias, todo con la espectacular vista del Lago Titicaca al fondo.
Finalizamos nuestra increíble experiencia regresando a Lima, como el tiempo que teníamos era muy corto decidimos visitar la Plaza de Armas, la cual es bastante parecida a la de Cusco y Puno, pero lo que si no nos podíamos perder y es un espectáculo impresionante, fue el Circuito Mágico del Agua, las diferentes fuentes iluminadas con diferentes géneros musicales, desde música clásica, pasando por los Beatles para llegar a los noventa, el clima frío pero agradable, genera un ambiente de inclusión que te da ganas de quedarte en ese maravilloso país.
Cerramos la noche cenando nuevamente en Larcomar, unos piqueos en “Mangos” con vista al mar y recordando lo increíble que había sido la aventura que ocho días atrás habíamos iniciado y que sin duda alguna planeamos volver a repetir en un nuevo destino. Nos llevamos haber conocido gente increíble, salir del calor al que estamos acostumbradas en El Salvador y llenarnos de calor humano, experiencias y risas que nos van a durar por el resto de nuestras vidas.